Bolivia supera a Brasil en la exportación de castaña amazónica con una diferencia abismal. Los únicos exportadores de este producto emblemático de la Amazonia son Brasil, Perú y Bolivia, siendo nuestro país líder indiscutible en el mercado mundial. La exportación a Estados Unidos, Europa y Asia mueve alrededor de $us 240 millones al año, de los cuales Bolivia controla el 74% con un promedio anual de $us 178 millones, frente al 15% del Perú con $us 36 millones y 11% del Brasil que representa apenas $us 26 millones.
Paradójicamente, este fruto amazónico que no ha podido ser domesticado en otras partes del planeta, es conocido en el mundo con el nombre común “castaña del Brasil” (país en el que se la denomina también “castaña de Pará” para diferenciarla de otras almendras como la nuez de cajú), pues fueron los bosques brasileños la fuente original de su comercialización internacional desde hace más de un siglo; pero en la actualidad su principal exportador es Bolivia. ¿A qué se debe este fenómeno?
El economista norteamericano Salo Vinocur Coslovsky investigó a fondo el mercado mundial de la castaña amazónica, y respondió a la interrogante del predominio de Bolivia sobre Brasil mediante un estudio que publicó en 2014 la Escuela de Gestión Pública Robert Wagner de la Universidad de Nueva York, denominado “Cómo los productores bolivianos cumplieron estrictos estándares de seguridad alimentaria y dominaron el mercado global de nueces de Brasil”.
Según Coslovsky, Bolivia comenzó a superar a Brasil a partir de 1998, año en que el Mercado Común Europeo impuso una norma sanitaria que rechazaba la castaña con elevados contenidos de aflatoxina, sustancia nociva que en el producto boliviano, a diferencia del brasileño, había sido eliminado mediante un riguroso control de calidad desde el Estado y las empresas.
La capacidad exportadora de Bolivia llegó al punto de vender al mismo Brasil la castaña que se procesa en alrededor de 20 plantas fabriles concentradas especialmente en la ciudad boliviana de Riberalta; y lo más paradójico: la materia prima consistente en castaña con cáscara proviene también del Brasil.
Brasil se ve obligado a vender su castaña en bruto a Bolivia, debido a que el mercado europeo rechaza la producción brasileña. La castaña procesada en plantas fabriles de Bolivia llega a Europa exitosamente, libre de aflatoxina.
En un informe actualizado al cual tuvo acceso Sol de Pando y que se publicó el pasado 6 de agosto bajo los auspicios del proyecto Amazônia 2030 a cargo de ambientalistas brasileños, el economista norteamericano sostiene que “actualmente el dominio de Bolivia es tan extenso que sus empresas compran castaña cruda y con cáscara del Brasil, a precios irrisorios, la procesan y exportan al resto del mundo como castaña descascarada por valores mucho más altos”.
Pero además, en su informe titulado “¿Cómo Bolivia dominó el Mercado Global de Castaña del Brasil?”, Coslovsky afirma que desde 2010, Bolivia ha exportado al propio Brasil entre $us 1 millón y $us 2 millones por año de castaña sin cáscara.
El catedrático de la Universidad de Nueva York notó que en 2001 Bolivia había dejado rezagado al Brasil en el mercado internacional, y que en 2019 nuestro país ya detentaba plenamente el dominio global de la castaña amazónica, a partir de “un modelo de gestión eficiente ante un problema, diferente del caso brasileño”.
Explicó que el despegue boliviano ocurrió en 1998, cuando la Unión Europea había impuesto requisitos sanitarios muy rigurosos para la importación de castaña en función a la contaminación por aflatoxinas que se originan en un hongo. Se sabe que alimentos ricos en proteínas como el maní, el maíz, diversas variedades de nueces o la leche, son susceptibles de contraer aflatixonas con altos potenciales cancerígenos.
En 1998, la Unión Europea, que es el mayor comprador de castaña en el mundo, emitió una norma sanitaria restringiendo la comercialización de castaña que contenga 20 partes por billón (ppb) para aflatoxinas, y desde enero de 1999 la restricción se hizo más drástica prohibiendo castaña con 4 ppb.
“Lo que aconteció entonces fue que las empresas brasileñas seguían enviando cargas contaminadas, dándose de cabeza entre ellas y entre los diferentes órganos de gobierno” —narró Salo Coslovsky—. “Llegaron a Europa demasiados embarques contaminados, lo que significó que los europeos, en lugar de inspeccionar sólo el 20% de las cargas, pasaron a controlar el 50% y luego el 100% de los embarques brasileños”.
Debido a ese control, los embarques de castaña proveniente de Brasil con altos índices de aflatoxina fueron continuamente rechazados por los compradores europeos, que constituyen más de la mitad del mercado mundial. Entre los años 2002 y 2003, informó el experto norteamericano mediante un cuadro estadístico, Europa rechazó un promedio que bordeaba las 50 cargas provenientes del Brasil, mientras, en el mismo periodo, las cargas rechazadas provenientes de Bolivia nunca pasaron de cinco. A raíz de ello, Brasil dejó de exportar a Europa dejando el terreno bajo predominio absoluto de Bolivia.
El economista especialista en la materia de Gestión Pública explica que a pesar de contar con menos recursos logísticos, políticos y financieros, Bolivia logró derrotar a Brasil en la competencia castañera gracias a un eficiente modelo de gestión pública y privada.
“Los productores bolivianos de castaña prevalecieron porque lograron unir fuerzas para priorizar sus métodos e infraestructuras, a pesar de la desconfianza intensa y continua entre ellos”, afirma el economista refiriéndose a cómo funciona la cadena productiva de la castaña boliviana.
El académico norteamericano hizo un importante trabajo de campo en los principales centros de producción mundial del fruto amazónico, es decir los municipios de Cobija y Riberalta en Bolivia, así como Belém do Pará y los municipios acreanos de Rio Branco y Brasiléia en Brasil.
En ese recorrido, Coslovsky observó que el Estado boliviano, en 1998, tomó muy en serio la dura norma sanitaria de Unión Europea exigiendo ese mismo año que los exportadores acrediten tests negativos para aflatoxina antes de recibir la licencia de exportación, materia en la que el gobierno de Brasil actuó a paso de tortuga. Seguidamente las plantas procesadoras de Riberalta reactivaron su gremio empresarial a través del cual instalaron un laboratorio equipado para detectar contenidos de aflatoxinas en la castaña recolectada en los bosques fronterizos de Bolivia y Brasil.
Con anterioridad a ese avance, las procesadoras de Riberalta, “muy competitivas entre sí”, dice Coslovsky, enviaban sus cargas para ser analizadas en laboratorios de La Paz, a casi mil kilómetros. El costo de los certificados de análisis en La Paz era de aproximadamente $us 380; mientras que en el laboratorio de Riberalta era posible un costo de $us 105 por cada análisis. “Entonces decidieron fijar una tarifa de $us 300, que es de todos modos mucho más barato que lo cobrado en La Paz”, y con ello garantizaron ingresos para fortalecer su sistema laboratorial.
Con esos recursos, los empresarios de Riberalta contrataron dos consultores norteamericanos de la Universidad de Georgia, Estado famoso por su producción de maní, vulnerable a la aflatoxina. “Los expertos demostraron que no hay cómo prevenir el hongo en las plantaciones, que era la estrategia brasileña”, explicó Coslovsky. En un experimento alternativo, constataron que la aflatoxina brilla cuando es sometida a la luz ultravioleta, y entonces se instalaron reflectores en las plantas procesadoras, lo cual permitió el separado de las castañas contaminadas de los frutos sanos, cumpliendo así los estándares europeos.
Sin embargo, Coslosvsky recordó que el uso de la luz ultravioleta ya había sido experimentada en Brasil y se tropezó con un problema de alto riesgo para la salud de los trabajadores fabriles expuestos a esa emanación. “Al intentar resolver un problema sanitario, se termina enfrentando un problema laboral”, observó el economista.