Los insectos son inclementes con los forasteros. Y nosotros lo somos. Caminamos un buen trecho de selva amazónica para conocer dónde nace y crece uno de los mejores chocolates del mundo.
Estamos en la comunidad de Miraflores, en el departamento de Pando, en la propiedad de Mario Huari, quien viste una camiseta con la inscripción de «Chocolates para tí”. Nos cuenta que esa empresa sucrense es una de sus clientas.
Huari es un indígena tacana que tiene 59 años. Descubrió que la plantación de cacao, de donde sale el chocolate, puede ser su medio de vida. De hecho, está haciendo estudiar a todos sus hijos «a cuenta del chocolate”.
Su chocolate ha sido seleccionado en París entre los 17 mejores del mundo y él llegó hasta una cumbre mundial del clima «para hablar tres minutos” sobre su producción.
En años buenos, la arroba de chocolate llega a valer 230 bolivianos y él produce hasta 150 arrobas, lo que le reporta unos 34.500 bolivianos al año.
No todos pueden contar la misma historia, peor ahora que en Pando y Beni sufren por la caída de la producción de castaña que ha dejado a unas 50.000 familias sin sueldo ni alimento para pasar el resto del año.
Sin embargo, la historia de Huari es una demostración de que se puede sembrar árboles en la selva, que se puede hacer manejo de bosques y obtener una producción de excelencia.
Junto a Vincent Vos, del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA), dejamos el olor y el sabor del chocolate para visitar la comunidad de Santa María, en Beni, muy cerquita de Riberalta.
Allá, los comunarios no dejan de quejarse por la caída en la producción de almendra, pero tampoco se dan por vencidos y apuestan por otros frutos silvestres de la Amazonia.
El día que los visitamos, los comunarios estaban reunidos alrededor de una pequeña planta despulpadora, donde procesan los frutos del asaí, el majo y el copoazú. Una vez convertidos en pulpa, estos frutos son vendidos en los mercados cercanos, en bolsitas cerradas al vacío para preparar nutritivos jugos.
Decirlo es fácil. Otra cosa es vivirlo. Ana Cristina Huari Castedo no deja de lamentarse porque su hijo Samuel, un adolescente delgadito, subió a la palmera para recoger el asaí sin saber que arriba le estaba esperando una serpiente. Fue picado y tuvo que permanecer hospitalizado casi una semana. Lo importante es que se salvó la vida y que está listo para volver a trepar por los árboles del bosque.
Tanto el asaí, el majo y el copoazú se recogen de la selva. Hombres y mujeres dedicados a ese trabajo salen de madrugada de la casa en moto. La dejan a la vera de algún camino y se internan en la selva.
Trepar hasta una palmera de asaí requiere destreza y una pita para enredarse los pies y subir hasta alturas de 30 metros. Una vez arriba se recoge el fruto en forma de racimo para luego volver a casa.
«Todas esas peripecias se sufre. También hay tigres, a ellos se les dificulta hasta llevar el arma porque tienen que venir cargados en la moto, a veces se arruina la moto en el trayecto”, dice Cristina, madre de siete hijos.
Una vez que las bolsitas de pulpa están listas, se las lleva a Riberalta para su comercialización, aunque el mercado es aún pequeño y el producto nacional compite con el brasileño que, por el tipo de cambio y el contrabando, se vende a precios más baratos.
El jugo de asaí es una especie de api morado frío, de delicioso sabor. El fruto es similar a la uva negra, pero el sabor es diferente. El majo se parece mucho al chocolate y se acostumbra tomarlo también frío a la hora del desayuno. Mientras que el copoazú tiene un exquisito sabor ácido y se consume como refresco.
Estos productos son una muestra de que el bosque puede dar mucho más que castaña. Mucho más que soya. Mucho más que maíz. Es una muestra de que el bosque puede ser preservado, reforestado para bien de todos.
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Cuando visitamos la planta despulpadora de Riberalta había una actividad frenética. Estaban cargando cuatro toneladas de pulpa de asaí, majo y copoazú para enviarlo a La Paz en un camión frigorífico para iniciar la pasteurización del producto y ponerlo a la venta en el mercado.
Alceu Concalvez, que está a cargo de la planta, cuenta que ésta es propiedad de los productores de Pando y Beni y sólo una pequeña parte es de socios privados.
Allá se sigue un riguroso proceso para vender la pulpa de estos frutos en Riberalta, aunque, el objetivo es llegar a mercados de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, pero para eso hace falta pasteurizar el producto.
Primero, se debería testear el mercado para saber si la gente acepta el producto y luego pensar en hacer una inversión en una planta pasteurizadora en Riberalta. Por ahora sólo son pruebas en torno a estos deliciosos frutos.