Carla Pérez tenía 30 años cuando decidió salir a conocer Europa, sobre todo Turquía, ese país que une al viejo continente con Asia. No tenía un paquete turístico, ni iba con un grupo de amigos, viajaba sola. Su mamá Elizabeth no entendía su plan, igual que cuando tuvo que elegir su carrera y pensaba en arquitectura, artes o filosofía. Entonces la escuchó y optó por derecho para “no morir de hambre”, como le advirtió. Pero con su viaje no pensaba ceder, así que hizo las maletas y se marchó.
Con su trabajo como abogada especializada en contrataciones estatales había ahorrado lo suficiente para emprender su aventura, sin pensar que sería el inicio para alcanzar el sueño que tuvo desde niña: ser una diseñadora de modas.
El primer paso implicó dejar su fuente laboral y verse en medio de la pandemia sin ingresos; pero de pronto, en medio de la necesidad, vio la oportunidad de convertirse en una exitosa diseñadora de vestidos de novias temáticos, con sentidos dados por las novias, pero que ella sabe leer, sentir y plasmar muy bien.
Si bien parecía que Carla había renunciado a sus sueños de niña, no era así. En el tiempo que le dejaba el trabajo había tomado -como ella dice- “unos cursos cortos” de corte y confección en la Academia Teniente, dibujo, asesoramiento de imagen e incluso en filosofía. Así, con esos cortos pasos hacia el que sería su destino y un modesto inglés, salió al mundo: tenía tres meses.
Aprovechó al máximo su tiempo con su pasaje abierto que sólo tenía como destino Estambul, capital de Turquía. Hizo su propio itinerario, pasó por Madrid, España, y diferentes ciudades de Italia, Francia, y, por supuesto, de Estambul. Lo que más la maravilló de todos estas naciones fue la gente, la diversidad, las diferentes culturas que conoció, pero sobre todo las mujeres y su forma de vestir: la ropa con las que las mujeres en Turquía cubrían su belleza; o las pocas prendas con las que las italianas, por ejemplo, dejaban ver su esplendor.
“Las mujeres comunicaban cosas sin hablar, sólo con su forma de vestir. La moda no es lo que vistes, sino lo que comunicas con lo que vistes. En Estambul la indumentaria que las mujeres usan en las bodas, por ejemplo, es espectacular, llena de detalles, bordados y adornos”, recuerda aún impactada.
Toda esa experiencia visual que le generó tantas sensaciones reavivó sus ansias por la moda, esas que sentía de niña, cuando veía en la televisión los desfiles de moda de Roberto Giordano con las modelos top de entonces, Carla Morón y Verónica Larrieu. “Veía los desfiles deslumbrada y mi tía me decía: ‘Seguro quieres ser modelo’. Yo les respondía: ‘¡No!… yo las voy a vestir’”, cuenta.
Y cuando regresó a Bolivia fue con la determinación incólume de estudiar diseño de indumentaria textil en la Universidad de Palermo, Buenos Aires, donde actualmente se sigue formando. “En realidad la que cambió fui yo porque comprendí que podía lograr todo lo que me propusiera, de manera buena y correcta, que no tenía límites. Las mujeres podemos alcanzar todo lo que nos proponemos”, dice Carla.
La joven abogada siguió con su trabajo en leyes un tiempo más para poder pagar la universidad, pero llegó el momento de dedicarle por completo su tiempo y su vida completa a su sueño, entonces decidió renunciar a su trabajo. Esta decisión la expuso otra vez ante su mamá, Elizabeth, quien terminó apoyándola. “Para los papás es importante que tengamos un trabajo seguro, un sueldo fijo y un seguro de salud; pero al final mi mamá terminó apoyándome, como siempre lo hace, dejándome ser lo que quiero ser, siempre cuidando los valores que ella me enseñó”, señala.
Así comenzó de nuevo su vida, en todo aspecto, ahora entre telas, hilos, tijeras, bocetos y patrones sobre todo de vestidos. Ya se había inscrito al programa de emprendedores de la Fundación Emprender Futuro, donde le dieron una beca para darle vida a su idea de negocio. Terminaba 2019 y las primeras noticias del coronavirus llegaban a Bolivia.
Cuando comenzó el 2020 y la enfermedad llegó a Bolivia, Carla ya había renunciado a su empleo y no tenía ninguna fuente de ingresos, estaba en la mitad del camino de su emprendimiento y en medio de la cuarentena rígida. En su casa tenía guardada una importante cantidad de lana de alpaca de altísima calidad que había adquirido de Rodrigo Pomier, a quien conoció en los cursos de emprendimiento. Recordó a Carolina Rodríguez, una virtuosísima tejedora de más de 30 años en ese oficio, la contactó y le planteó hacer algo juntas; la mujer también se había quedado sin trabajo, así que no se habló más. Con Carolina abordo, Carla tenía todo para iniciar un emprendimiento en la pandemia: tejer chompas de fina alpaca. La cercanía del Día de la Madre hizo que la iniciativa fuera un éxito.
Ambas respiraban ya con alivio con su emprendimiento, pero por lo visto eso no era todo lo que les deparaba la vida, porque un día Carla recibió una llamada de su gran amiga Violeta Zenteno, con quien había vivido un tiempo en México. Viole -como le dice Carla- había decidido aprovechar el tiempo de la cuarentena para organizar su boda y quería encargarle su vestido. El pedido fue más de lo que se imaginaba Carla porque Viole buscaba algo diferente que fuera con su “espíritu bohemio”. “Siempre fue una mujer diferente, nada dada a los estereotipos, ni convenciones; había que hacer algo en honor a ese estilo que la Viole tiene”, afirma Carla.
Se pusieron manos a la obra con Carolina y el resultado fue un encantador vestido color tumbo en satín max mara y otros delicados géneros, unos bordados a mano en la parte superior y abajo un discreto can can de tul. “Ese vestido sólo se vería bien en la Viole, es el reflejo de lo que ella es”, asegura. El traje hizo feliz a la novia, a la familia de la novia y sobre todo a Carla, que comenzaba a vivir su sueño. Al poco tiempo de la boda de Violeta, en septiembre, otra novia contacto a la novel diseñadora a través de Facebook: Nelly Borda, quien tenía planificada un matrimonio cósmico andino y buscaba una prenda que conjugara con el sentido de su unión y con lo que era ella. La opción fue vestido blanco tejido en algodón natural, y Carla y Carolina lo tejieron en tres meses. El novio, Rodrigo, tenía que acompañar con su ropa todo el concepto de su unión, así que le diseñaron un pantalón azul de lino y una camisa blanca de material biodegradable.
“Nelly quería un vestido más artesanal; ella tiene una personalidad diferente y con su porte y su silueta buscamos un equilibrio entre su personalidad y el vestido”, cuenta Carla.
Después de estos dos vestidos los pedidos no pararon hasta la fecha, todos únicos y uno más sorprendente que el otro; de trabajar en su casa pasó a montar su atelier, Candelaria, en la avenida 6 de Agosto. “Creo que el vestido de la Viole vino con tanta magia que los pedidos no paran hasta ahora”, expresa la diseñadora que también es asesora de imagen gracias a sus cursos en Ecole Francaise de Mode et Relooking. Los hizo en La Paz, en 2018, mientras era abogada, pero seguía mimando a su diseñadora interior.
Carla tiene muchos planes con Carolina, María Luisa Jira, una modista tarijeña de más de 25 años de experiencia, que se sumó al equipo, igual que María Paredes, también modista desde los 14 años. Los quieren lograr desde Candelaria. Primero está el apoyar a la industria nacional con los materiales para sus creaciones, ya lo están haciendo. Segundo, cuidar el medioambiente diseñando vestidos de novia con tela reciclada, es decir, con los vestidos que usaron otras novias. Tiene algunas “donadoras”. “Estamos en bocetos, puliéndolos y en patronaje”, cuenta.
Junto a esas tres mujeres que son mayores que ellas, pero que no han perdido la capacidad de soñar y que trabajan hasta alcanzar lo que se proponen, la abogada que se volvió diseñadora quiere también luchar contra la violencia hacia su género. Las cuatro pensaron en talleres informativos para prevenir la violencia, pero también en cursos para enseñar a las víctimas a emprender un negocio, aunque sea un sueño.
El equipo se completa con un varón, el fotógrafo Micky Ángel Vargas. Él registra las pruebas de que los sueños de una niña se hacen realidad.