El amaranto no solo es un grano; es un superalimento que enriquece su valor nutricional con la herencia cultural que lleva dentro. Por eso, orgullosa de sus raíces y convencida del valor nutricional del producto, Janet Torrez encuentra en el amaranto una de las vertientes que enriquecen la cultura afroboliviana en Los Yungas paceños.
“Como afroboliviana me siento muy contenta porque el amaranto me acompaña con mi cultura y puedo hacer esa fusión entre lo afro y lo indígena y estoy muy orgullosa de eso”, afirma la joven emprendedora que forma parte de la nueva generación de productores del grano en el municipio de Irupana, enclavada en la provincia Sur Yungas del departamento de La Paz.
Su historia es relativamente nueva. Desde hace quince años y a través de su pequeña empresa “Alegrando” Janet y su familia se dedican al acopio e industrialización del grano que se ganó un lugar entre las “Cuatro magníficas andinas” junto a la quinua, el tarwi y la cañahua.
“Somos los acopiadores del grano de amaranto de los productores y lo transformamos en cereales a través del tostado de manera ancestral: a fuego y en tiesto”, explica Janet mientras expone el producto “pop”, fortalecido con pasas de uva, almendras y coco; “listo para que la gente lo pueda consumir como le guste”, dice mientras me ofrece el envase rebosante de grano procesado.
Hacemos también la mazamorra de amaranto, prosigue de inmediato. “Es una bebida que se está abriendo mercado muy fácilmente porque muchas veces no queremos consumir los granos andinos porque nos parece difícil prepararlos”, argumenta.
El amaranto convertido en harina y enriquecido con otros productos naturales y agua o jugo de frutas, requiere solo de media hora de cocción para convertirse en una bebida que se puede consumirse fría o caliente.
En el tiempo que “Alegrando” está en el mercado la respuesta del mercado los llevó a multiplicar por cuatro la producción del año cero. El foco principal es la ciudad de La Paz, pero ya incursionaron con mucho éxito en Cochabamba y Santa Cruz.
“Este año hemos aumentado como cuatro veces más la producción y nuestro mercado se ha abierto en gran manera; el año pasado, incluso, no pudimos abastecer la demanda del mercado”, cuenta Janet.
Comenzamos produciendo 22 quintales y este año hemos movido 1.250 quintales de amaranto”, relata con orgullo.
Las cifras oficiales aseguran que el principal centro de cultivo del grano está en Chuquisaca que produce cerca del 70% de la producción nacional; le siguen La Paz con el 20% y Cochabamba y Tarija se distribuyen el restante 10%.
“Es un reto y una satisfacción porque vemos que está aumentando el consumo del amaranto”, asegura la joven emprendedora.
Las crónicas que permitieron reconstruir la historia e identificar el aporte de la cultura incaica al mundo destacan su alimentación y estilo de vida como un elemento clave para garantizar la longevidad de los incas. Y en esta herencia que perdura y se enriquece con las nuevas generaciones, los granos andinos son una parte esencial de la receta.
Consciente de esto, Janet se desafió a que los beneficios del amaranto lleguen a las mesas de los bolivianos.
“La idea es que este grano llegue a las mesas de todas las familias bolivianas”, dice con una convicción que subyuga.
Con la irrupción de pandemia de COVID-19 que alentó a las personas a buscar una alimentación saludable, el grano encontró un espacio en esta nueva forma de alimentarse.
“Con el COVID – 19 la gente dio una mirada a lo que es saludable a lo sano y al amaranto por la cantidad de proteínas que tiene”, dice la emprendedora.
La estrategia es replicar el éxito alcanzado en las ferias productivas paceñas y llegar a los consumidores de otras regiones del país. “Queremos llegar a una población nacional que consuma amaranto por lo menos una vez a la semana”.
Si es consumido y demandado por los astronautas ¿por qué no el resto de los bolivianos? A paso firme, Alegrando va por ese camino.