Su historia es la de muchos bolivianos que salen del país y llevan consigo, en lo más profundo de su ser, sus tradiciones, empezando, por supuesto, por la comida. María Julia Pérez Roque es una paceña que radica en Irlanda y se ha abierto un espacio propio gracias a su sazón y los platos típicos de Bolivia.
El cambio que tuvo su vida comenzó con un problema que compungiría a cualquiera, pero fue el inicio de una aventura que está llena de desafíos al otro lado del mundo. Ella tenía una empresa de decoración de interiores en La Paz, era bastante reconocida en su área por la calidad de su trabajo hasta que recibieron una de las noticias más duras: uno de sus hijos padecía cáncer. “El tratamiento en Bolivia es muy caro y todo lo que tenía se gastó. Claro que no fue para mal, mi hijo vive, su cáncer está en remisión”, afirma.
Sin embargo, luego de superar esa prueba, llegó el momento de cambiar de ambiente. Pérez ya había salido del país, en 2006, con destino a España para trabajar, así que no era algo tan novedoso para ella.
En 2015, su hijo le dijo que tenía el deseo de viajar y conocer otros lugares. María Julia comenzó a buscar opciones para que, paralelamente, sus hijos estudien y ella trabaje. Así surgió la opción de ir a Irlanda, un país totalmente distinto a su tierra natal, un desafío que trajo consigo muchas recompensas.
“Mi hijo enfermó y eso me obligó a tomar una decisión y decir ‘vamos’. Di en anticrético mi departamento. Quise darle el sueño a mi hijo”, cuenta.
Ya instalados en Irlanda, pasó el tiempo y el recuerdo se hizo presente, sobre todo aquel que está tan arraigado en los bolivianos: la comida. “Mis hijos se antojaban, me pedían que haga. Ellos eran mis primeros comensales”, asegura Pérez.
Poco después conoció a la comunidad boliviana en Irlanda y su comida fue cada vez más apreciada y requerida. Inició con los pedidos de salteñas, pucacapas y sajta de pollo. “No había muchas cosas de Bolivia, somos una comunidad pequeña en Irlanda. No hay en un supermercado comida latina. Buscando mucho algunos condimentos he encontrado sabores y mezclando para obtener nuestro sabor”, describe.
Incluso, tuvo que llevar desde Barcelona (donde hay bastantes bolivianos) ají en vaina y chuño. “Todos estaban impresionados cuando hice la primera salteña. Me decían ‘la sensación de su comida es auténtica, es el sabor boliviano, qué le pone’. Hacía experimentos porque quería hallar el sabor de mi país”, relata. De hecho, las salteñas fueron bautizadas “Yaaa”, como la tradicional expresión paceña.
Con algunos ingredientes provenientes de India, otros más universales como la canela y el clavo de olor, logró el picante tradicional de Bolivia. Uno de los retos fue cocinar a un nivel del mar totalmente distinto a su natal La Paz, que está a 3.640 m.s.n.m., pero experimentando una y otra vez lo logró.
Viendo la buena recepción de las personas, decidió abrir un kiosco para vender sus preparaciones y atender a sus clientes a gusto. Su pequeña tienda está ubicada en el centro de Dublín, en un mercado artesanal que es un punto de contacto entre la población.
Su comida no solo conquistó el paladar de sus compatriotas, también de las personas propias del lugar. Desde que atendía en su casa fue recibiendo a irlandeses, brasileños o mexicanos.
“Se quedaban maravillados con la salteña porque se preguntaban cómo se puede poner un guiso jugoso dentro de una masa. Me preguntan cómo hago eso y les respondo que es un secreto boliviano”, cuenta entre risas.
Y, como es tradición también, la indumentaria tradicional de la chola no podía faltar. “Los domingos me visto de cholita porque soy una mujer paceña y me encanta. Mis abuelas eran cholitas, entonces a mí me gusta. Los que vienen se sienten como allá, me dicen ‘hola, casera’”, afirma.
Además, para completar la experiencia les habla con el cariño y la alegría de las vendedoras de Bolivia, lo que les sorprende a los irlandeses. Entre los platillos preferidos por los extranjeros está el fricasé, que es requerido por los mexicanos; los polacos buscan los buñuelos; los guatemaltecos disfrutan el apí y las pucacapas. En su kiosco vende todo tipo de comida boliviana, como majadito, sonso, chicharrón y sillpancho, entre otros. “Tenía una mamá que cocinaba muy bien y creo que yo heredé sus manos y su sazón”, confiesa.
Actualmente, María vive junto con sus dos hijos, Christian y Fabio, quienes le colaboran en el negocio familiar. Cuenta que lo más complejo de adaptarse al país donde vive ahora fue aprender el idioma. Asimismo, destaca la amabilidad de los irlandeses.
Cocinar no es su único talento. Para los momentos tristes o de angustia que siente a veces, su amor por la pintura ha sido su gran refugio, un arte que realiza hace muchos años. Es autodidacta, pero su talento la llevó a destacar, presentar exposiciones y vender sus cuadros. En sus obras refleja la cultura boliviana y destaca el Arcángel de Cajamarca. Además, actúa. Fue parte de la serie “Vikingos” como extra gracias a sus raíces indígenas, de las que se siente muy orgullosa.
Pese a todo el cambio y las dificultades que atravesó, está llena de sueños y de ganas de seguir trabajando; mientras tanto, recuerda con amor a su patria. “Cualquier inmigrante siempre añora su patria, pero por el momento estamos bien aquí”, finaliza Pérez.